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Don Giovanja


Después de un accidentado estreno el 18 de julio, dos presentaciones casi que rotundamente desocupadas esa misma semana, y la cancelación de las siguientes dos funciones, el sábado pasado se presentó por última vez Don Giovanni en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán. Descrito como una quijotada por Emilio Sanmiguel en la Revista Semana, este montaje deja varios aprendizajes para sus creadores. A continuación hago un recuento no exhaustivo de muchas cosas de este montaje. Lo bueno, lo malo, lo feo y las consecuencias de este montaje...

Lo Bueno
Principalmente, que hubo ópera en julio, en Bogotá – y no la hizo Gloria Zea. Esa es una buena noticia – que haya nuevas fuentes de ópera en Bogotá. También es bueno que la producción sea de gente joven, que cree en el género y que trae ideas diferentes al escenario. Igualmente es bueno que este proyecto haya contado con el apoyo con el que contó. No son pocos los patrocinadores y no son tampoco desconocidos – ¡maravilloso que la empresa privada se motive a patrocinar estos eventos! Finalmente, hubo elementos –no todos- dentro del vestuario y de la escenografía que me gustaron.

Lo malo
Lo malo es que Don Giovanni, según la publicidad y el cubrimiento de los medios era el Rolls Royce de la ópera en Colombia. Sin embargo, si mucho llegaba a ser un Fiat del ’84. Son muchos los factores que hacen que una ópera sea exitosa, muchas las variables que se combinan para crear una experiencia operística. Desafortunadamente no todas las variables funcionaron en esta ocasión. Para empezar, los cantantes tuvieron amplificación. Esto fue obvio en muchos momentos pero lo más problemático fue el nivel de dependencia que se llegó a tener del micrófono. La segunda mitad de la ópera parecía más un musical de Broadway con el clarísimo sonido de una voz amplificada que la ópera que supuestamente estaba en escena. Varios de los cantantes claramente no tienen voces que aguanten toda una presentación en un teatro tan grande como el Jorge Eliécer.

Por otro lado, las voces en general no fueron buenas. Sergio Hernández, en el papel de Leporello (no Juan Carlos Mera como se anunció en muchos medios), tuvo constantes problemas de afinación y de tempos. Si bien Günther Haumer (Don Giovanni) tiene un color muy agradable y un italiano excelente, el excesivo uso de amplificación hacia el final de la ópera dio la impresión de que no puede sostener –aún- un papel tan exigente como Don Giovanni para una sala de ese tamaño y de esas condiciones acústicas. Los demás cantantes tampoco estuvieron muy bien. En general son voces jóvenes, entrenadas y que con mucho trabajo posiblemente llegarán a triunfar. Sin embargo, insisto, no es lo que uno espera después de la publicidad que ha recibido y con los mejores puestos vendiéndose a 100,000 pesos cada uno. Esta inmadurez artística hizo que en muchos momentos, una hermosa aria, en el medio de la ópera dejara de ser parte de la escena y se convirtiera en un recital casi del todo afinado y preciso pero estático y aburrido.

Lo feo
Lo feo es que lo que anunciaban se llamaba Don Giovanni, Mozart’s Opera Performance. Con ese título uno espera encontrar una propuesta diferente, editada, recortada, reduccionista, irreverente, etcétera, etcétera. Sin embargo, más que un opera performance, lo que vimos fue una ópera tal cual. Puede ser que para Vanja (el Quijote director artístico, regisseur diseñador de escenografía, iluminación y vestuario) sus propuestas sean novedosas en Colombia –que veamos imágenes de Nueva York superpuestas, que Don Giovanni se parezca a Dick Tracy, que veamos los senos de Donna Anna, Elvira y de Zerlina y a Don Giovanni en calzoncillos, y que la cena de Don Giovanni y el Comendador sea en una piscina que se transforma en círculos de fuego mientras acróbatas dignos de una cena de mafioso desciendan colgados de tiras de seda cual mediocre imitación de Cirque du Soleil- pero en el resto del planeta esto no es novedoso. En el resto del planeta esto se hace con mejor gusto, con un equilibrio entre las distintas fuerzas operísticas (escenografía, vestuario, movimiento, orquesta, etc.), con cantantes que puedan cantar y agregar un valor escénico.

En últimas, creo que Don Giovanni, Mozart's Opera Performance fue víctima de la ambición de su creador. Metérsele a Don Giovanni es cosa seria. Es un ópera grande, con muchos escenarios, muchos personajes y con mucha fama. Si de rendirle un homenaje a Mozart se trataba una mejor opción era Così fan tutte, por ejemplo, o un montaje con arias famosas. La ambición de Vanja nos dio un montaje que se quedó muy corto, que en vez de darle acción a una ópera muy querida dividió el escenario en espacios muertos y espacios poco iluminados en los que los cantantes no se movían, entre otras cosas.

Si alguien merece algún crédito en todo este montaje es Felipe Aguirre (no Federico Sepúlveda como apareció en diversos medios), director colombiano quien hizo un buen trabajo con la orquesta teniendo en cuenta que estaba compuesta en su mayoría por jóvenes con poca o ninguna experiencia en ópera. La parte orquestal fue decente (no perfecta) y manejó unos estándares mínimos de dinámicas y tempos que hicieron que la ópera fuera tolerable.

Las consecuencias de este montaje
Desafortunadamente las consecuencias no creo que sean buenas. Primero, para las pocas almas que asistieron a este montaje y que no conocían lo que era una ópera, esta va a ser la excusa para no volver. Segundo, no creo que los patrocinadores participantes le jalen mucho a volver a apoyar un proyecto de estos y eso es muy grave. Para los gerentes de mercadeo de las empresas patrocinadoras este fue un aprendizaje fuerte. Sin embargo –y lo imploro yo en nombre de todo el sector cultura- no deben dejar de apoyar proyectos culturales. Deben trabajar de manera más estrecha para saber qué se debe patrocinar y, muy importante, de qué manera es mejor patrocinar. La cultura es un proyecto de largo plazo. No son múltiples produccioncitas que surgen y se desvanecen cada tres meses. No, la cultura es una red que se teje entre toda la sociedad incluyendo los programas académicos en artes, los artesanos, los medios, la empresa privada y la gente que recibe el beneficio de una obra estéticamente equilibrada. Finalmente, otra consecuencia debería ser que los medios aprendieran a tener un criterio editorial. Mucha tinta rodó para este montaje mientras que semana tras semana pasan por Bogotá múltiples artistas y producciones que no reciben ni una coma de reconocimiento.

Para poner un ejemplo, el estreno de El otro apóstol, creación de la coreógrafa Marie-France Delieuvin y presentada en el Teatro Colón el pasado diez de junio por la compañía de danza del Colegio del Cuerpo, no recibió mayor atención pero es, sin una duda en mi mente, el ejemplo de que en Colombia se puede hacer arte de calidad si se hace de manera profesional, con dedicación, disciplina, con expectativas de triunfo a largo plazo y no con la prisa exhibicionista que muchas producciones presentan.

Señores del gobierno, de los medios, de la empresa privada y de la cultura en general. Hay muchas lecciones que se pueden aprender del fracaso de Don Giovanni pero el ejemplo a seguir está en Cartagena en El Colegio del Cuerpo. Es hora de apoyar, escribir y reportar, patrocinar y asistir en masa a aquello que realmente está fortaleciendo el desarrollo de la cultura en Colombia.

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