Una
nota antes de entrar en materia
Concluyó recientemente el Primer Festival Internacional de Música de Bogotá organizado por el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo. El festival, que contó con artistas nacionales e internacionales y estuvo dedicado en esta primera edición a la obra de Beethoven, expandió el rango de acción del teatro presentando conciertos en diferentes rincones de la ciudad procurando brindar boletería con precios asequibles e inclusive, en algunos casos, boletería gratuita. A todas luces el festival fue un éxito y para ello basta revisar el cubrimiento de la prensa en esos días y ver las cifras de asistencia. El pasado 8 de abril, el maestro en música y magíster en estudios culturales de la Universidad Javeriana, Juan Sebastián Ochoa, escribió en Razón Pública una columna en la que -en resumen- expresa que este festival es uno de varios ejemplos de una inversión desviada y desbordada de recursos públicos, enfocada en música que sólo disfruta una pequeña fracción del público colombiano y, en particular, en música que no es fruto de este país multicultural.
Una lectura desprevenida puede darle la razón a Ochoa. La inversión pública en música clásica es bastante alta. Eso sí, es alta dentro del total de inversión pública hecha en música nada más. Para poner un ejemplo, el presupuesto del Ministerio de Cultura para 2013 asciende a 396 mil millones de pesos, cifra que corresponde al 0,21% del presupuesto general de la nación para 2013 que es de 185.5 billones.[1] Siguiendo con los recursos del Ministerio de Cultura y haciendo un ejercicio sencillo y sin entrar a detallar centavo por centavo, más o menos el presupuesto que el ministerio dedica directamente a proyectos musicales puede llegar a ser de unos 30 mil millones de los cuales 7.500 millones corresponden al Plan Nacional de Música para la Convivencia (PNMC), programa de formación en música que aborda tanto músicas tradicionales como música sinfónica. Seis mil millones corresponden al programa de apoyo a la música sinfónica, léase Orquesta Sinfónica Nacional y otros proyectos sinfónicos a nivel nacional, y el resto del presupuesto a estímulos a la gestión y promoción, así como paquetes de financiación a proyectos por medio de convocatorias y concursos.[2] En términos porcentuales, entonces, el presupuesto que el gobierno nacional dedica a la música a través del Ministerio de Cultura corresponde más o menos a 0.016% del presupuesto nacional. Desde luego, esto no incluye una diversidad de apoyos indirectos que impactan también al sector musical. La Sinfónica Nacional, quizás el ejemplo más claro de lo que Ochoa consideraría un desmedido gasto en música clásica correspondería aproximadamente al 20% del gasto en música pero tan solo al 1,5% del presupuesto total del Ministerio de Cultura y a un lamentable 0.0032% del presupuesto general de la nación.
Un ejercicio similar puede hacerse con el presupuesto distrital, donde la Filarmónica de Bogotá recibió este año 31 mil millones de pesos de presupuesto, correspondientes al 0,23% del presupuesto de la ciudad.[3] Le va mejor que a la Sinfónica Nacional en términos presupuestales y porcentuales pero para quienes han manejado una orquesta este presupuesto es claramente limitado e insuficiente, especialmente para una orquesta que después de 46 años sigue dependiendo de la generosidad y la calma de la Universidad Nacional para poder realizar sus ensayos y conciertos. Es cierto que la inversión hecha en estas dos orquestas, para usarlas de ejemplo, no es comparable con la que reciben las demás músicas presentes en el país. Sin embargo, lo que es curioso del artículo de Ochoa es que su buena intención - que exista más apoyo e inversión para presentar géneros musicales diferentes al clásico - se ve expresada en un planteamiento en el que la solución es quitarle al sector que tiene poco para apoyar a aquel que podría tener. Según lo que escribe Ochoa, para él es preferible que los niños no vayan a Batuta a tocar violín sino que se unan a centros de formación en charangas, bandas papayeras o estudiantinas. ¡Como si las dos cosas fueran excluyentes!
Ochoa recalca que Colombia es un país multicultural pero curiosamente su rechazo, censura o descalificación de la música clásica y su financiación con recursos públicos va en contra de esa realidad en la que la multiculturalidad incluye también esas expresiones -quizás provenientes de Europa en algún momento- pero en las que trabajan varios colombianos y de las que disfrutan varios compatriotas que asisten a conciertos de este género musical. La variedad cultural de nuestro país incluye expresiones tan foráneas como el rock, el hip hop, las rancheras, el tango o el jazz. Según el raciocinio del columnista, cualquier apoyo público a estos géneros estaría también mal orientado. Argumenta también Ochoa que hay expresiones que no tienen ni la visibilidad ni el apoyo que tiene la música clásica en Colombia y que, además, esta música es para unas élites que poco tienen que ver con la Colombia de verdad. Basta con ver el cubrimiento en medios y la importancia a nivel social con la que cuenta el Festival de la Leyenda Vallenata para ver que la lectura de Ochoa se hace desde un punto de vista limitado.
Esta columna no es el espacio para discutir en detalle las realidades económicas que hacen indispensable la financiación pública de las orquestas sinfónicas en Colombia para asegurar su existencia, continuidad y permanencia. Pero sí es un espacio para señalar enfáticamente que la solución para tener una política pública enfocada hacia la financiación de las múltiples facetas artísticas, tanto en lo musical como en otros campos estéticos, no es sacarle el ojo al tuerto - al pequeño grupo de orquestas sinfónicas que cada año luchan por sobrevivir con unos recursos insuficientes, por ejemplo. La discusión debe enfocarse en cómo generar mecanismos de política pública que multipliquen la disponibilidad de recursos para el sector cultural y permitan que más sectores, expresiones, artistas y, por ende, un mayor volumen de público se beneficie de la buena asignación de esta inversión.
Bogotá ha ido trascendiendo y superando -por lo menos a nivel musical- la condición de tener espacios, emisoras y programas que atienden a una inmensa y antipática minoría y poco a poco se ha vuelto una ciudad incluyente, respetuosa y celebradora de las minorías que la habitan, poniendo a disposición sus escenarios para presentar diferentes expresiones artísticas. El Teatro Mayor, en su corta existencia, ha presentado en Bogotá -además de música clásica- ópera, ballet, danza contemporánea, flamenco, vallenato, un festival dedicado a la cultura china, rock, teatro nacional e internacional y muchas otras cosas, incluyendo el Primer Festival Internacional de Música que acaba de concluir. Beethoven quizás no sea la figura más representativa para un festival en la ciudad capital de un país multicultural en pleno siglo XXI, pero de ahí a decir que la gestión del teatro está limitada a un público y a un género, cuando es un presentador que también nos ha dado la posibilidad de disfrutar y conocer la ópera Ainadamar de Osvaldo Golijov y escuchar conciertos de Julieta Venegas, Cesaria Evora, Concha Buika, de los Carrangueros, presenciar un festival de música antigua y redescubrir producciones del Teatro La Candelaria, el Teatro Libre y el Colegio del Cuerpo, entre otras cosas, es exagerado, sesgado y falso. El Teatro Mayor no solo ha servido como plataforma de inversión de recursos públicos sino que también se ha convertido en un lugar en el que el sector privado se ha asociado y vinculado a la labor que realiza el teatro (pero también muchas otras entidades culturales de Bogotá y el país) de formar públicos curiosos, críticos, tolerantes de la diferencia, celebratorios de la multiculturalidad y con opiniones propias argumentadas de manera ilustrada; el tipo de ciudadanos que requiere un país con un nivel educativo que deja mucho que desear. Esta labor de formar públicos no es nada desdeñable y muchas entidades la realizan con verdadero compromiso y seriedad, vinculando en estos procesos a diversidad de artistas en múltiples escenarios, desde diferentes géneros y medios artísticos.
En medio de las limitaciones debemos construir, ser innovadores y creativos. Críticos también -no se trata de quedarse callado ante la inconformidad- pero es importante respetar los diferentes gustos, celebrar aquellas cosas que funcionan y tratar de que ellas inspiren mejores prácticas y modelos a seguir para así alcanzar el bien común.
La siguiente
columna es una reacción a un escrito de Juan Sebastián Ochoa publicado
en Razón Pública el pasado 8 de abril.
Contacté directamente a Razón Pública para buscar que mi texto fuera
publicado allí pero el consejo editorial consideró que lo que había enviado era una
columna de opinión y no un artículo con el contenido de investigación y de peso
académico que exigen de los escritos que allí publican. En efecto es así. El siguiente es un escrito de opinión y, aunque en un principio consideré importante que fuera publicado en Razón
Pública para que la columna de Ochoa tuviera una respuesta en el mismo medio,
la verdad es que no tengo el tiempo necesario para investigar y escribir un
artículo con el rigor y la verificación de cifras que requiere un escrito de
este tipo. También contacté a La Silla
Vacía, publicación virtual que también me informó que no publicaban columnas de opinión
sino artículos que fueran resultado de un proceso de investigación.
Considero que la
columna de Ochoa merece una reacción responsable y respetuosa, muy diferente a
las que han circulado en diferentes redes sociales y páginas web y por eso acudo a mi
abandonado blog para publicar el siguiente texto. Nuestra sociedad democrática y libre se
construye y fortalece por medio del debate y la discusión pero se debilita
cuando una diferencia de opiniones se expresa por medio de agresiones, insultos y
descalificaciones, que es lo que lamentablemente apareció en varias de las
reacciones a la columna de Ochoa.
Conozco
personalmente a Juan Sebastián Ochoa y somos amigos. Pero sin perder el respeto ni la amistad podemos
también debatir ideas, entrar en desacuerdos y buscar puntos de encuentro que
sirvan como puntos de partida para seguir trabajando en pro de construir una
sociedad amante, conocedora y respetuosa de la música como lenguaje que contiene y representa culturas, saberes, historias,
emociones, opiniones y visiones diferentes del mundo. Escribo esta columna como una manera de
contribuir a esa discusión y espero que sirva como un punto de partida para
generar espacios de discusión de este tema importante en la generación de
políticas públicas en cultura para nuestro país.
Mauricio Peña C.
Construir sobre lo construido: a propósito de una crítica a las políticas públicas en música
Página inicial de la página web del festival Bogotá es Beethoven |
Concluyó recientemente el Primer Festival Internacional de Música de Bogotá organizado por el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo. El festival, que contó con artistas nacionales e internacionales y estuvo dedicado en esta primera edición a la obra de Beethoven, expandió el rango de acción del teatro presentando conciertos en diferentes rincones de la ciudad procurando brindar boletería con precios asequibles e inclusive, en algunos casos, boletería gratuita. A todas luces el festival fue un éxito y para ello basta revisar el cubrimiento de la prensa en esos días y ver las cifras de asistencia. El pasado 8 de abril, el maestro en música y magíster en estudios culturales de la Universidad Javeriana, Juan Sebastián Ochoa, escribió en Razón Pública una columna en la que -en resumen- expresa que este festival es uno de varios ejemplos de una inversión desviada y desbordada de recursos públicos, enfocada en música que sólo disfruta una pequeña fracción del público colombiano y, en particular, en música que no es fruto de este país multicultural.
Una lectura desprevenida puede darle la razón a Ochoa. La inversión pública en música clásica es bastante alta. Eso sí, es alta dentro del total de inversión pública hecha en música nada más. Para poner un ejemplo, el presupuesto del Ministerio de Cultura para 2013 asciende a 396 mil millones de pesos, cifra que corresponde al 0,21% del presupuesto general de la nación para 2013 que es de 185.5 billones.[1] Siguiendo con los recursos del Ministerio de Cultura y haciendo un ejercicio sencillo y sin entrar a detallar centavo por centavo, más o menos el presupuesto que el ministerio dedica directamente a proyectos musicales puede llegar a ser de unos 30 mil millones de los cuales 7.500 millones corresponden al Plan Nacional de Música para la Convivencia (PNMC), programa de formación en música que aborda tanto músicas tradicionales como música sinfónica. Seis mil millones corresponden al programa de apoyo a la música sinfónica, léase Orquesta Sinfónica Nacional y otros proyectos sinfónicos a nivel nacional, y el resto del presupuesto a estímulos a la gestión y promoción, así como paquetes de financiación a proyectos por medio de convocatorias y concursos.[2] En términos porcentuales, entonces, el presupuesto que el gobierno nacional dedica a la música a través del Ministerio de Cultura corresponde más o menos a 0.016% del presupuesto nacional. Desde luego, esto no incluye una diversidad de apoyos indirectos que impactan también al sector musical. La Sinfónica Nacional, quizás el ejemplo más claro de lo que Ochoa consideraría un desmedido gasto en música clásica correspondería aproximadamente al 20% del gasto en música pero tan solo al 1,5% del presupuesto total del Ministerio de Cultura y a un lamentable 0.0032% del presupuesto general de la nación.
Un ejercicio similar puede hacerse con el presupuesto distrital, donde la Filarmónica de Bogotá recibió este año 31 mil millones de pesos de presupuesto, correspondientes al 0,23% del presupuesto de la ciudad.[3] Le va mejor que a la Sinfónica Nacional en términos presupuestales y porcentuales pero para quienes han manejado una orquesta este presupuesto es claramente limitado e insuficiente, especialmente para una orquesta que después de 46 años sigue dependiendo de la generosidad y la calma de la Universidad Nacional para poder realizar sus ensayos y conciertos. Es cierto que la inversión hecha en estas dos orquestas, para usarlas de ejemplo, no es comparable con la que reciben las demás músicas presentes en el país. Sin embargo, lo que es curioso del artículo de Ochoa es que su buena intención - que exista más apoyo e inversión para presentar géneros musicales diferentes al clásico - se ve expresada en un planteamiento en el que la solución es quitarle al sector que tiene poco para apoyar a aquel que podría tener. Según lo que escribe Ochoa, para él es preferible que los niños no vayan a Batuta a tocar violín sino que se unan a centros de formación en charangas, bandas papayeras o estudiantinas. ¡Como si las dos cosas fueran excluyentes!
Ochoa recalca que Colombia es un país multicultural pero curiosamente su rechazo, censura o descalificación de la música clásica y su financiación con recursos públicos va en contra de esa realidad en la que la multiculturalidad incluye también esas expresiones -quizás provenientes de Europa en algún momento- pero en las que trabajan varios colombianos y de las que disfrutan varios compatriotas que asisten a conciertos de este género musical. La variedad cultural de nuestro país incluye expresiones tan foráneas como el rock, el hip hop, las rancheras, el tango o el jazz. Según el raciocinio del columnista, cualquier apoyo público a estos géneros estaría también mal orientado. Argumenta también Ochoa que hay expresiones que no tienen ni la visibilidad ni el apoyo que tiene la música clásica en Colombia y que, además, esta música es para unas élites que poco tienen que ver con la Colombia de verdad. Basta con ver el cubrimiento en medios y la importancia a nivel social con la que cuenta el Festival de la Leyenda Vallenata para ver que la lectura de Ochoa se hace desde un punto de vista limitado.
Esta columna no es el espacio para discutir en detalle las realidades económicas que hacen indispensable la financiación pública de las orquestas sinfónicas en Colombia para asegurar su existencia, continuidad y permanencia. Pero sí es un espacio para señalar enfáticamente que la solución para tener una política pública enfocada hacia la financiación de las múltiples facetas artísticas, tanto en lo musical como en otros campos estéticos, no es sacarle el ojo al tuerto - al pequeño grupo de orquestas sinfónicas que cada año luchan por sobrevivir con unos recursos insuficientes, por ejemplo. La discusión debe enfocarse en cómo generar mecanismos de política pública que multipliquen la disponibilidad de recursos para el sector cultural y permitan que más sectores, expresiones, artistas y, por ende, un mayor volumen de público se beneficie de la buena asignación de esta inversión.
Bogotá ha ido trascendiendo y superando -por lo menos a nivel musical- la condición de tener espacios, emisoras y programas que atienden a una inmensa y antipática minoría y poco a poco se ha vuelto una ciudad incluyente, respetuosa y celebradora de las minorías que la habitan, poniendo a disposición sus escenarios para presentar diferentes expresiones artísticas. El Teatro Mayor, en su corta existencia, ha presentado en Bogotá -además de música clásica- ópera, ballet, danza contemporánea, flamenco, vallenato, un festival dedicado a la cultura china, rock, teatro nacional e internacional y muchas otras cosas, incluyendo el Primer Festival Internacional de Música que acaba de concluir. Beethoven quizás no sea la figura más representativa para un festival en la ciudad capital de un país multicultural en pleno siglo XXI, pero de ahí a decir que la gestión del teatro está limitada a un público y a un género, cuando es un presentador que también nos ha dado la posibilidad de disfrutar y conocer la ópera Ainadamar de Osvaldo Golijov y escuchar conciertos de Julieta Venegas, Cesaria Evora, Concha Buika, de los Carrangueros, presenciar un festival de música antigua y redescubrir producciones del Teatro La Candelaria, el Teatro Libre y el Colegio del Cuerpo, entre otras cosas, es exagerado, sesgado y falso. El Teatro Mayor no solo ha servido como plataforma de inversión de recursos públicos sino que también se ha convertido en un lugar en el que el sector privado se ha asociado y vinculado a la labor que realiza el teatro (pero también muchas otras entidades culturales de Bogotá y el país) de formar públicos curiosos, críticos, tolerantes de la diferencia, celebratorios de la multiculturalidad y con opiniones propias argumentadas de manera ilustrada; el tipo de ciudadanos que requiere un país con un nivel educativo que deja mucho que desear. Esta labor de formar públicos no es nada desdeñable y muchas entidades la realizan con verdadero compromiso y seriedad, vinculando en estos procesos a diversidad de artistas en múltiples escenarios, desde diferentes géneros y medios artísticos.
En medio de las limitaciones debemos construir, ser innovadores y creativos. Críticos también -no se trata de quedarse callado ante la inconformidad- pero es importante respetar los diferentes gustos, celebrar aquellas cosas que funcionan y tratar de que ellas inspiren mejores prácticas y modelos a seguir para así alcanzar el bien común.
Mauricio Peña es el jefe de la sección de artes musicales
de la subgerencia cultural del Banco de la República. Es magíster en
administración de empresas de la Universidad de los Andes y magíster en administración
cultural de la Universidad de Columbia. Realizó su formación musical en música como cantante lírico, aunque sólo realizó un concierto como cantante
profesional antes de reorientar su interés hacia la gestión cultural. Ha sido coordinador artístico de la Orquesta
Sinfónica Nacional de Colombia, coordinador de programas musicales de la
Secretaría de Cultura, Recreación y Deportes y director general de la Orquesta
Filarmónica de Bogotá, entre otras labores. Esta columna refleja su opinión
personal como profesional del sector cultural y no representa la posición u
opinión del Banco de la República.
[1]
Presupuesto general de la nación 2013: http://iart.com.co/mhcp/presupuesto/.
Consultado el 28 de abril de 2013.
[2]
Presupuesto 2013 del Ministerio de Cultura: http://www.mincultura.gov.co/index.php?idcategoria=51198#.
Consultado el 28 de abril de 2013.
[3]
Decreto 164 de 2013: http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=52629#54.
Consultado el 28 de abril de 2013.
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