Este pasado diciembre –a pesar de lo que dijeron los periódicos- Bogotá estuvo jartísimo. No había absolutamente nada que hacer aparte de buscar el infante en uno para disfrutar de Harry Potter y de Las Crónicas de Narnia (ambas muy buenas películas dentro de sus géneros). El miércoles pasado, después de semanas de dedicación a la televisión por cable, al alquiler de películas y a la lectura de la historia de la Primera Guerra Mundial fui a ver algo en vivo otra vez: conseguí boletas para ver El amante de Harold Pinter en el Teatro Nacional.
La obra es buena. Es un vehículo para que un actor y una actriz saquen a relucir lo mejor de sí. La obra exige un inmenso nivel de compenetración entre sus protagonistas cuyos personajes se ven envueltos en una maratón emocional y pasional que los lleva del desdén al deseo, pasando por el odio y la agresión. Tal vez lo más fascinante de la obra, desde el punto de vista de la dramaturgia es la flexibilidad que le da al director, quien puede optar por hacer una obra absurda, cómica, trágica, dramática, violenta o tragicómica.
Desafortunadamente, el elenco, conformado por Marcela Carvajal, Patrick Delmas y un desconocido (para mí - según el programa era Manuel José Chávez... pero no) en un papel menor, bajo la dirección de Fabio Rubiano, dejó muchísimo que desear. Para empezar, ninguno de los dos principales tenía sus líneas frescas y fueron varios los pasajes en los que se tropezaron haciendo lento el ritmo de la obra - parecían recién llegados de vacaciones sin haber ensayado. Pero además de esto, en el ambiente creado por Carvajal y Delmas no se podía sentir la tensión ni el desenfreno requerido por la obra. En vez de esposos y esquizofrénicos amantes, Carvajal y Delmas no trascendieron el papel de ser actor y actriz sobre un tablado.
Lástima. Es realmente raro que en el Teatro Nacional se dé la oportunidad de ver un espectáculo cuyo objetivo no sea tan sólo producir carcajadas. Afortunadamente la obra es corta –dura sólo una hora. Para mi entretenimiento, por ahora, será mejor volver a ejercicios más económicos y gratificantes como escribir en este blog.
La obra es buena. Es un vehículo para que un actor y una actriz saquen a relucir lo mejor de sí. La obra exige un inmenso nivel de compenetración entre sus protagonistas cuyos personajes se ven envueltos en una maratón emocional y pasional que los lleva del desdén al deseo, pasando por el odio y la agresión. Tal vez lo más fascinante de la obra, desde el punto de vista de la dramaturgia es la flexibilidad que le da al director, quien puede optar por hacer una obra absurda, cómica, trágica, dramática, violenta o tragicómica.
Desafortunadamente, el elenco, conformado por Marcela Carvajal, Patrick Delmas y un desconocido (para mí - según el programa era Manuel José Chávez... pero no) en un papel menor, bajo la dirección de Fabio Rubiano, dejó muchísimo que desear. Para empezar, ninguno de los dos principales tenía sus líneas frescas y fueron varios los pasajes en los que se tropezaron haciendo lento el ritmo de la obra - parecían recién llegados de vacaciones sin haber ensayado. Pero además de esto, en el ambiente creado por Carvajal y Delmas no se podía sentir la tensión ni el desenfreno requerido por la obra. En vez de esposos y esquizofrénicos amantes, Carvajal y Delmas no trascendieron el papel de ser actor y actriz sobre un tablado.
Lástima. Es realmente raro que en el Teatro Nacional se dé la oportunidad de ver un espectáculo cuyo objetivo no sea tan sólo producir carcajadas. Afortunadamente la obra es corta –dura sólo una hora. Para mi entretenimiento, por ahora, será mejor volver a ejercicios más económicos y gratificantes como escribir en este blog.
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