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La Coral Santa Cecilia en la Luis Ángel


Sala de Conciertos Biblioteca Luis Ángel Arango

Inició la temporada de conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Como es tradicional, la temporada la abrió un artista colombiano. En esta ocasión una agrupación colombiana, la Coral Santa Cecilia, bajo la dirección de Alejandro Zuleta. De amplia trayectoria, y ganadora del Premio Nacional de Música a la Excelencia Coral en el 2001, la Coral Santa Cecilia se ha distinguido por su difusión del repertorio coral universal y por su constante colaboración con las orquestas Sinfónica y Filarmónica.


El repertorio de este concierto reflejó los objetivos de la Coral y más que nunca señaló por qué la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango es la entidad bandera en el fomento hacia la música. Sólo una entidad con conciencia de su contexto iniciaría su temporada con el Réquiem de Gabriel Fauré. En el programa de mano entregado al público decía "Mientras encontramos el camino de una paz duradera, no tendremos otra opción que llorar y arrullar a nuestros difuntos, perdonar a nuestros agresores y convertirnos, es decir, realizar un profundo cambio en nuestros corazones". Nada más apropiado para un país en guerra y en medio de tantos procesos que buscan la reconciliación.

A nivel musical sería mentira decir que fue una presentación impecable. No significa que haya sido una mala presentación. Por el contrario, creo que tuvo la sobriedad requerida y una calidad musical que muchos en este paí­s desearían tener. Sin embargo me parece prudente señalar un par de cosas. La primera, el concierto duró un poquito más de una hora, lo cual me parece bastante corto si se tiene en cuenta que no hubo intermedio. Además, el orden en que fueron presentadas las obras no sólo eliminó de tajo la expectativa en torno al programa sino que hizo que una pequeña pero importante fracción del público se quedara sin disfrutar el plato fuerte.

El programa empezó veinte minutos tarde con el Réquiem de Faué, continuando con el Cantique de Jean Racine del mismo compositor y cerrando con Gallia de Gounod. Creo que un orden más apropiado, por motivos que ya explicaré, hubiese sido Cantique de Jean Racine, Gallia, intermedio (con tintico y aromática para celebrar el inicio de temporada), y el Réquiem.

Mis razones para decir esto son tres. La primera, que ya expresé, es el orden de expectativa. El programa, para mi gusto, fue como recibir un baby beef, después un postre y finalmente unas picadas. Mi segunda razón es de índole técnico. El no haber tenido un intermedio fue exigente para el coro y esto se notó especialmente en Gallia - el coro estaba cansado y haciendo esfuerzos grandes por transmitir toda la fuerza de la pieza. Un descanso de diez o quince minutos le hubiera dado un aire al coro. Finalmente, mi tercera razón tiene que ver con los solistas o, más bien, la solista, la soprano Ana María Villamizar. Aunque tomó un merecido descanso entre el Réquiem y la última obra, creo que un tiempito más no hubiera venido mal.

Finalmente, debo destacar la intervención de dos jóvenes artistas. El barítono Camilo Mendoza y el pianista Eduardo Rojas. A pesar de su juventud, los dos han participado ya en importantes montajes. Quiero destacar su actuación en esta ocasión en particular porque ya los había escuchado y no en sus mejores momentos. A Camilo Mendoza lo había escuchado interpretar a Papageno en la producción de La flauta mágica de la Ópera de Colombia. Me pareció entonces que no era el momento en su carrera para enfrentar tan difícil y amado papel. Aunque en el Réquiem su color fue algo oscuro y su voz algo pesada para una obra tan ligera, especialmente cuando el acompañamiento no era orquestal, pude ver por qué fue seleccionado para interpretar papeles con la ópera. Sí hay una voz con talento ahí. Importante es dejarla crecer con los sacrificios necesarios de la dura vida artística.

Igual comentario haría yo sobre el pianista Eduardo Rojas a quien ya había escuchado en un par de ocasiones con la Orquesta Filarmónica interpretando el Concierto Emperador de Beethoven y el Concierto No. 1 de Tchaikovsky. Ambas veces me pareció que aunque era obvio su talento, no estaba listo para actuar con la orquesta más importante del paí­s como solista. El Beethoven me pareció muy pesado y el Tchaikovsky tuvo múltiples errores de interpretación, dinámicas y fraseo. Anoche, sin embargo, me pareció que en esta etapa de su desarrollo artístico y bajo la dirección de una persona como Alejandro Zuleta, produjo un acompañamiento bastante sobrio, que apoyó la interpretación que le dio el director a la obra y que respetó el tamaño del coro y de la sala. No estaría mal que Eduardo explorara una carrera como pianista acompañante, figura que poco abunda en nuestro medio.

Un último comentario porque o si no se me queman los dedos. Valdría la pena que la Luis Ángel Arango, las facultades de música o algún ser caritativo gestionara con la Alianza Francesa unos talleres de dicción y pronunciación en francés para cantantes. En las notas del programa decía que San Agustín se quejaba porque la belleza de la música religiosa lo distraía del texto sagrado. En mi caso, la muy castellana pronunciación del francés del Cantique de Jean Racine me distrajo de la música. Son pequeños detalles que hacen que una experiencia musical sea perfecta.

Me dicen por ahí que la temporada de conciertos va a estar bastante agitada. Felicitaciones a Stella de Páramo por darnos un nuevo año de excelente programación y gracias a la Coral Santa Cecilia por recordarnos que sin necesidad de hacer populismo la música puede tener un significado en una sociedad como la nuestra.

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