En días pasados he escrito acerca de los problemas que enfrentan las orquestas en Bogotá. Casualmente, el viernes pasado salió una columna de Fernando Toledo en El Tiempo hablando de lo mismo. Ayer estuve en el concierto de la Sinfonía No. 2 de Gustav Mahler dado por la Orquesta Filarmónica de Bogotá en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán bajo la dirección de Francisco Rettig. El concierto de ayer es quizás el ejemplo vivo de los problemas que enfrenta la Orquesta y que le están impidiendo ser una entidad libre de polémicas y con un rumbo asegurado.
El concierto de ayer, originalmente planeado para hacerse en el Auditorio León de Greiff, presentó múltiples inconvenientes que hicieron del concierto una experiencia nada memorable. Para empezar, el concierto se ofreció de manera gratuita, lo cual atrajo no sólo a los escuchas habituales de la Orquesta sino a nuevos espectadores desconocedores de las normas que rigen los conciertos sinfónicos y de la Filarmónica en particular. Esto está bien, siempre y cuando haya un plan para asegurar el comportamiento de la gente y el correcto desarrollo del concierto. Desafortunadamente, mucha gente llevó niños de brazos y fueron varios los momentos en que las notas de la orquesta fueron acompañadas de llanto y gritos de “mamá”.
El personal del teatro parece no haber sido avisado de la manera como se debería atender la entrada de personas al concierto. El concierto empezó cuando todavía quedaba gente por entrar. Hubiese sido preferible esperar diez minutos a que entraran todos pues el desfile de espectadores durante el primer movimiento fue eterno. Adicionalmente, es una práctica común detener la entrada de gente a un concierto hasta terminar el primer movimiento. No sólo entró el público cuando pudo sino que se dirigían hacia las primeras filas atrayendo las miradas de los músicos.
Adicionalmente, las luces de la sala nunca bajaron, lo cual le quitó intimidad al concierto. Uno va a un concierto queriendo sentirse de alguna manera anónimo – esto no se sintió ayer. Igualmente, la Orquesta, por medio de un anuncio amplificado, tuvo que explicar que había cometido un error al anunciar un intermedio en el programa del concierto, el cual, obviamente no existía.
Todas estas cosas que son, aparentemente, detalles tontos y –para algunos- insignificantes, desafortunadamente tuvieron un efecto en la ejecución musical y en la percepción de la seriedad y el profesionalismo de la orquesta entre quienes asistimos al evento. Si bien las sutilezas interpretativas que tenía la Filarmónica hace unos años en sus interpretaciones de Mahler ya no existen (una clara consecuencia de los fortissimos de Irwin Hoffman en su dirección), la Orquesta estuvo balanceada permitiendo una clara apreciación de la compleja textura de la sinfonía. Aunque hubo algunos pasajes en los que la precisión en las notas no fue la mejor, en general la orquesta cumplió su labor. Sin embargo, de los cinco movimientos tan sólo el quinto logró cautivarme – tal vez porque ya para entonces había entrado todo el público y habían salido los bebés y quienes se habían aburrido. Creo que el desorden en la sala distrajo bastante a los artistas, incluyendo a las cantantes Gloria Londoño y Alejandra Malvino, y le quitó enfoque y precisión al concierto. Lástima porque toda la parte logística de un concierto es manejable y los errores corregibles, claro, siempre y cuando haya alguien a cargo.
Por último me parece importante resaltar el excelente sonido del coro – una combinación entre el Coro del Conservatorio de la Universidad Nacional y el Coro de la Ópera de Colombia. Si bien, la dicción pudo haber sido más precisa, la afinación y la calidad del sonido producido fueron las notas altas de la tarde.
Es lamentable que la falta de planeación y organización hagan que un programa, excelente sobre el papel, termine siendo sólo un concierto más.
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