Como escribí hace unos días, el 16 de julio estuve escuchando a la Orquesta Sinfónica en un programa de música española. Algo que me impactó esa noche fue la diferencia en la actitud de distintos protagonistas del concierto y cómo ésto tenía la capacidad de generar interés o desinterés en el público.
Para empezar, quiero ubicarlos en el contexto. El concierto era un programa con obras de de Falla y Turina, todo muy español. Había una violinista entre los primeros violines con una gran flor roja en su cabello. Para muchos eso puede verse lobísimo, desatinado y en choque total con el decoro de un concierto. A mí me pareció genial. Si el concierto se trataba de untarnos en la imagen romantica que tenemos de España (toreros, Carmen, flamenco, etc.), ¿por qué no ir hasta el extremo? ¿Qué tal que todas las niñas hubieran salido con una flor en la cabeza y todos los hombres con una faja roja? No se trata de convertir el concierto en desfile, pero tampoco entiende uno por qué en algún momento se decidió que para tocar un violín o una flauta tocaba usar smoking. Para mí, esa flor fue una declaración contundente: aquí estoy y vengo a tocar música española.
Al bajar las luces del teatro entró Carlos Villa como concertino invitado. Con sus tradicionales medias vino tinto, Villa entró tímidamente, casi que pidiendo disculpas. Tan poco "importante" fue su entrada al escenario que muchos se demoraron en aplaudirlo.
La entrada de Charles Peltz, el director norteamericano, fue el contraste completo. Con paso seguro, largo y fuerte, Peltz le dejó claro al público que él estaba a cargo esa noche. Lástima que esta misma actitud no la haya acompañado el teatro con un poco de luz sobre Peltz en la parte delantera del escenario - en resumidas cuentas, una buena actitud pero a oscuras.
Para la segunda obra, La vida breve de de Falla, entró Martha Senn. Con un paso que exigía respeto y admiración, sin ser apresurado, Senn tomó su puesto. Sin embargo, una vez ahí parecía cansada, resignada a tener que cantar la obra y sólo se le veía revivir cuando le tocaba cantar y por ende le tocaba pararse.
Al finalizar las obras, la Orquesta recibió los aplausos de pie y, al contrario de la Filarmónica, cuya actitud hacia el público es ninguna, por decir lo mínimo, la Sinfónica se para de frente al público, erguida y orgullosa de tocar. Es posible que no se sientan así, pero la actitud colectiva le transmite a uno como espectador que ahí al frente hay un grupo de gente comprometido en brindarle a uno un rendimiento por su inversión.
¡Qué pequeños son los detalles y las minucias que hacen que un concierto esté lleno de energía! Muchos en el mundo sinfónico y de la música clásica en general olvidan que el público va a escuchar y a ver un espectáculo. Es importante que el músico de hoy sea consciente de estos pequeños detalles, este lenguaje corporal que nos acompaña a diario en nuestra vida y que no puede ser ajeno al escenario.
Para empezar, quiero ubicarlos en el contexto. El concierto era un programa con obras de de Falla y Turina, todo muy español. Había una violinista entre los primeros violines con una gran flor roja en su cabello. Para muchos eso puede verse lobísimo, desatinado y en choque total con el decoro de un concierto. A mí me pareció genial. Si el concierto se trataba de untarnos en la imagen romantica que tenemos de España (toreros, Carmen, flamenco, etc.), ¿por qué no ir hasta el extremo? ¿Qué tal que todas las niñas hubieran salido con una flor en la cabeza y todos los hombres con una faja roja? No se trata de convertir el concierto en desfile, pero tampoco entiende uno por qué en algún momento se decidió que para tocar un violín o una flauta tocaba usar smoking. Para mí, esa flor fue una declaración contundente: aquí estoy y vengo a tocar música española.
Al bajar las luces del teatro entró Carlos Villa como concertino invitado. Con sus tradicionales medias vino tinto, Villa entró tímidamente, casi que pidiendo disculpas. Tan poco "importante" fue su entrada al escenario que muchos se demoraron en aplaudirlo.
La entrada de Charles Peltz, el director norteamericano, fue el contraste completo. Con paso seguro, largo y fuerte, Peltz le dejó claro al público que él estaba a cargo esa noche. Lástima que esta misma actitud no la haya acompañado el teatro con un poco de luz sobre Peltz en la parte delantera del escenario - en resumidas cuentas, una buena actitud pero a oscuras.
Para la segunda obra, La vida breve de de Falla, entró Martha Senn. Con un paso que exigía respeto y admiración, sin ser apresurado, Senn tomó su puesto. Sin embargo, una vez ahí parecía cansada, resignada a tener que cantar la obra y sólo se le veía revivir cuando le tocaba cantar y por ende le tocaba pararse.
Al finalizar las obras, la Orquesta recibió los aplausos de pie y, al contrario de la Filarmónica, cuya actitud hacia el público es ninguna, por decir lo mínimo, la Sinfónica se para de frente al público, erguida y orgullosa de tocar. Es posible que no se sientan así, pero la actitud colectiva le transmite a uno como espectador que ahí al frente hay un grupo de gente comprometido en brindarle a uno un rendimiento por su inversión.
¡Qué pequeños son los detalles y las minucias que hacen que un concierto esté lleno de energía! Muchos en el mundo sinfónico y de la música clásica en general olvidan que el público va a escuchar y a ver un espectáculo. Es importante que el músico de hoy sea consciente de estos pequeños detalles, este lenguaje corporal que nos acompaña a diario en nuestra vida y que no puede ser ajeno al escenario.
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