Wolfgang Seifen
Anoche estuve en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango escuchando al organista Wolfgang Seifen. Con una introducción hablada (y traducida al español) invitó al público a acompañarlo a un viaje hacia lo desconocido. Ni él ni el público sabían qué iba a ocurrir pues Seifen iba a improvisar piezas en el órgano, piezas con formas previamente definidas (toccata y fuga, fantasía y fuga, corales, y una sinfonía de cinco movimientos).
El órgano es un instrumento extraño. Es difícil, tal vez imposible, encontrar dos órganos iguales, lo cual hace que un concierto de este instrumento sea todo una aventura, así sea un concierto de obras de la literatura. Fue muy inusual la experiencia de anoche, vivir la creación de obras barrocas y románticas en el siglo XXI, obras que dejaron de existir anoche también.
La última obra, la sinfonía, usó cuatro temas de música popular colombiana. Me llevó a pensar en los distintos esfuerzo que hay en el país por acercar o juntar (mash, dirían los productores de pop) la música clásica con la música popular colombiana. Anoche Seifen demostró que basta con que una sinfonía para órgano tenga cuatro frases de música popular para que un injerto clásico-popular nazca, viva y muera en la temporalidad de la música en vivo.
Finalmente, el haber presenciado hora y media de improvisación al órgano me hizo ansiar la existencia de una serie de jazz permanente en la ciudad. Con un concierto al mes bastaría. Se me vienen a la cabeza Brad Mehldau, Joshua Redman, Cassandra Wilson, Matthew Shipp, y los colombianos Antonio Arnedo y Oscar Acevedo, entre muchos otros dignos representantes de un género que recoge el virtuosismo de los músicos clásicos y la creatividad y espontaneidad que busca uno en una experiencia estética. Interesante que esta reflexión haya llegado vía un intérprete de toccatas y fugas, corales y sinfonías.
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