Taquilla del León de Greiff
"La Estética centra sus bases en las cualidades sensoriales y/o formales que posea una obra. Reconoce que hay factores que hacen que el deleite del espectador frente a una obra sea mayor o menor y que este nivel de enriquecimiento depende del artista, del grado apreciativo del espectador y de la atmósfera que envuelve la obra de arte".
Tomado de un ensayo escrito por una alumna de Administración Cultural en la Pontificia Universidad Javeriana
Hoy fui al concierto de la Orquesta Filarmónica en el León de Greiff. Fui por dos motivos muy concretos: 1) me gusta mucho como dirige Andrés Orozco, un colombiano que se ha venido destacando a nivel internacional a pasos agigantados y que ha hecho un trabajo muy bueno en un repertorio muy variado tanto con la Sinfónica como la Filarmónica; y 2) quería escuchar una obra de estreno de Juan Antonio Cuéllar, compositor colombiano de importantes logros y a quien, siendo yo Director Ejecutivo de la Filarmónica, y en consenso con el entonces comité artístico, le había comisionado una obra para la inauguración del director que remplazara a Francisco Rettig como director titular. No me llamaba mucho la atención que éste fuese un concierto del Primer Festival Nuevas Músicas Latinoamericanas, ni que se fuera a interpretar un concierto para tiple de Mauricio Lozano. Y así son las cosas, uno va a un concierto por distintos motivos, pequeños o grandes. Lo único que uno espera es encontrar, como decía mi alumna en la cita de arriba, una buena "atmósfera que envuelva la obra de arte".
Pues bien, yo decidí ser juicioso y seguir las indicaciones que daba la Orquesta en su web site. Decía que hoy empezaban a vender boletas con silla asignada y que recomendaban llegar temprano. Llegué al Auditorio a las 3pm (una hora antes del comienzo) para encontrar un diagrama pegado a la pared en donde podía ver uno las sillas disponibles. Desafortunadamente en la taquilla la taquillera no tenía ese mismo diagrama, y sin saber qué estaba vendido y qué no, me resigné a decirle que me diera algo al lado de un pasillo.
Proseguí a dirigirme a la entrada al auditorio pero estaba cerrada. Afortunadamente había llevado una revista y, teniendo ya mi puesto asignado, decidí que en vez de pararme en la fila me iba a sentar a leer hasta que abrieran. Menos mal fue esa mi decisión; las puertas se abrieron a las 3:55pm, cinco minutos antes de la hora en que comenzaba el concierto. Es decir, tenía cinco minutos para digerir toda la información en el programa acerca de Andrés Posada, Mauricio Lozano, Juan Antonio Cuéllar y la Sinfonía India de Carlos Chávez.
Cola para entrar al Auditorio León de Greiff
La verdad es que el tener silla asignada en el auditorio es una maravilla. No toca preocuparse porque a uno le vaya a tocar un buen puesto o uno malo, sino que le tocó el que le tocó. Ojalá el sistema se vaya depurando. Por ejemplo, sería buenísimo tener un plano del auditorio en el web site para poder saber qué boleta quiere uno. Las boletas debería poder comprarlas uno con anticipación y en distintos puntos (la sala de la Biblioteca Luis Ángel Arango empezó este año a vender boletas por medio de Tu Boleta, facilitando la venta de boletas por teléfono, internet y en distintos puntos de la ciudad). Por último, debería uno poder comprar boletas para varios conciertos con anticipación. Es casi inaudito que en el 2005 un auditorio de 1600 sillas que presenta una orquesta semanalmente esté empezando a inventarse (a medias) un sistema de boletería numerada.
No debí haberme preocupado tanto por la entrada tarde. A las 4:15 bajaron las luces y se anunció la muerte de Juan Pablo II y se pidió un minuto de silencio. Bueno, está bien, este es un país católico, ¡adelante con el concierto! Pues no, la Orquesta decidió dedicarle ese concierto a la Asociación Colombiana de Locutores en sus cincuenta años. Salió a dar un discurso Orlando Barbosa, director ejecutivo encargado (desde enero del 2004), e invitó al escenario a Magda Egas, directora de la Asociación de Locutores, quien dio otro discurso. Al bajar del escenario se anunció que iba a haber otra entrega de un reconocimiento a yo no sé quienes. Para entonces ya eran las 4:30pm (¡media hora y no había sonado ni media nota!).
Fue entonces que decidí que ya había tenido suficiente. Una hora de frío esperando a que abrieran el Auditorio, más media hora de homenajes ajenos a mis intereses y tener que esperar a que pasara la mitad del programa para oír la única obra que realmente me interesaba escuchar fueron suficientes motivos para sacarme despedido. Ah, eso sin contar que al lado del escenario había avisos de la Asociación Colombiana de Locutores y de Postobón. Parece que la cercanía del Auditrio con el Estadio Nemesio Camacho está teniendo sus efectos.
Me parece triste que la orquesta menosprecie el esfuerzo que hace el público por ir a escuchar un programa que la verdad sobre el papel no era muy atractivo. Para disfrutar de una obra estética no basta únicamente con que ésta sea buena, interesante y cautivadora. Es indispensable que el presentador, bien sea un teatro, un museo, una transmisión por televisión o, como en este caso, una orquesta y un auditorio provean un contexto agradable, conducente al deleite y comodidad del público. En la medida en que un concierto empieza a incluir actos protocolarios, palabras innecesarias y presencia corporativa como si se tratara de un espectáculo patrocinado por Postobón y no un bien público financiado con nuestros impuestos, se empieza a romper la confianza que deposita el público en una entidad cultural. (No lo puedo afirmar, pero estoy casi seguro que la Orquesta no recibió un peso de Postobón o de la Asociación de Locutores por esos pendones al lado del escenario).
Ayer perdí $5000 pesos en una boleta pero no pienso arriesgarme a perder otros. Por ahora le digo adiós al León de Greiff los sábados por la tarde. Volveré a los conciertos en el Auditorio Fabio Lozano de la Universidad Jorge Tadeo Lozano así no me parezca el mejor lugar para escuchar a la Orquesta Filarmónica. Allí, además de la orquesta, no cabe ni un lápiz en el escenario, lo cual le garantiza a uno la ausencia de discursos y celebraciones innecesarias.
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